Por John Moravec
Traducido por Yamila Benitez
Nota: Esta es la primera parte de una serie de tres artículos sobre la teoría de aprendizaje invisible.
Hace cinco años, Cristóbal Cobo y yo publicamos el libro Aprendizaje Invisible
(“Invisible Learning”). Este trabajo consistía en analizar el impacto
de los avances tecnológicos y los cambios formales, no formales e
informales dentro de la educación y los metaespacios entre ellos. El
producto final fue un viaje que ofreció un panorama general de las
opciones para el desarrollo futuro de la educación que es relevante en
este siglo. Mucho ha cambiado desde entonces, y necesitamos más que nunca una teoría de aprendizaje invisible.
En primer lugar, la sociedad necesita trabajadores nómades de conocimiento (knowmadic workers) que trabajen con el contexto y no con una estructura rígida.
Un
punto importante de la realidad es que los trabajos para los que la
escuela nos ha preparado tradicionalmente, como trabajadores fabriles,
burócratas o soldados, están desapareciendo. Estos son reemplazados por
trabajos basados en el conocimiento y la innovación que requieren
personas que funcionen de acuerdo al contexto y que trabajen en
cualquier momento, en cualquier lugar y con casi cualquier persona.
Estos trabajadores son los knowmads [1] y utilizan su conocimiento individual a través de “laburos”
o compromisos contingentes para crear nuevo valor. Para el año 2020,
proyectamos que un 45 % de los trabajadores en EE UU. serán knowmadic.
Este es un gran cambio si se considera que un 6 % de la población
estadounidense trabajaba de forma independiente, contingente o con algún
tipo de contrato en 1989.
Como individuos únicos, los knowmads
poseen conocimiento personal con un desarrollo explícito, por ejemplo
conocimiento académico, o con elementos tácitos, como las aptitudes
sociales. Se sienten cómodos con el cambio y la ambigüedad y utilizan su
conocimiento personal según el contexto para resolver problemas nuevos. El desafío para las escuelas y los
programas educativos es que ahora tienen que permitir que los individuos
prosperen en un mundo que necesita más imaginación, creatividad y
talento innovador, y no en un mundo de trabajadores genéricos que ocupan
una silla en una oficina o fábrica. El cambio para lograr esto puede
ser posible a través del desarrollo de entornos educativos favorables y
escenarios de aprendizaje profesionales que fomenten el aprendizaje
invisible.
En segundo lugar, muchas de las creencias y prácticas en la enseñanza convencional son anticuadas y no se basan en la realidad.
Sería muy difícil encontrar un estudio que afirme que los niños
aprenden mejor entre las 7.45. a.m. y las 2.37 p.m. Sin embargo,
estructuramos los horarios escolares en torno a horarios absurdos que
solo reflejan las prácticas industriales que están en extinción. Además,
separamos aún más por grados según las edades y asumimos que los niños
aprenden mejor cuando están separados unos de los otros. Esto, según María Montessori, “rompe los lazos de la vida social” (p. 206).
Muchas veces, suponemos que la motivación
para aprender debe ser extrínseca, es decir, hemos crecido con la idea
de que los niños no aprenderán nada a menos que se les diga qué
aprender. Esta idea está muy alejada de la realidad, ya que se puede
afirmar que la principal actividad de los niños es aprender, estén
dentro de un formato escolar o no. Aún más preocupante, las formas más
significativas en que los niños aprenden, como jugar, buscar y explorar,
no se tienen en cuenta a menos que estén direccionadas en una
actividad estructurada de forma ascendente. ¿Cómo nos podemos atrever a
decir que les permitimos a los niños ser curiosos si nosotros somos los
que le decimos sobre qué tienen que ser curiosos? ¿Cómo podemos
justificar denominar a las actividades como una forma de exploración si
ya sabemos el objetivo final? Y por último, ¿por qué tenemos tanto miedo
de que los niños jueguen libremente?
Si queremos educar niños que prosperen en una sociedad knowmadic, las consecuencias son importantes. Peter Gray dijo lo siguiente:
"Al privar a los niños de tener
oportunidades de jugar por sí solos, sin supervisión o control de los
adultos, los estamos privando de tener la oportunidad de aprender cómo
controlar sus propias vidas". Quizá creamos que los estamos protegiendo,
pero, de hecho, estamos reduciendo su felicidad, su sentido de autocontrol, privándolos de descubrir y explorar las iniciativas que más amarían e incrementando las chances de que sufran de ansiedad, depresión y otros trastornos similares.
Finalmente, no podemos simplemente medir el conocimiento de una persona. Las
evaluaciones solo miden cuán bien un estudiante completa un examen. Las
aptitudes sociales y las habilidades no cognitivas son difíciles o
imposibles de medir. Aún así, nos hemos obsesionado con “medir” en las
escuelas. Y lo hemos hecho de tal modo que estamos convencidos de que
podemos medir cuánto sabe una persona. Pero eso no es verdad. Como
escribimos en “Manifesto 15”:
Cuando hablamos de conocimiento e
innovación, mezclamos o confundimos frecuentemente los conceptos con
información y datos. A menudo nos engañamos a nosotros mismos, pensando
que les brindamos conocimiento a los niños, cuando simplemente los
estamos examinando sobre cuánta información ellos pueden repetir.
Debemos tener esto claro: los datos son piezas y partes, aquí y allá,
que combinamos en información. El conocimiento consiste en aprovechar la
información y crear un nuevo valor. Innovamos cuando iniciamos
cualquier acción con nuestro conocimiento para crear el nuevo con valor.
Entender esta diferencia pone de relieve uno de los grandes problemas
que afronta la administración de las escuelas y la enseñanza: mientras
somos buenos dirigiendo la información, simplemente no podemos dirigir
el conocimiento en la cabeza de los estudiantes; desde luego, no sin
degradar ese conocimiento a información nuevamente.
Al mismo tiempo, efectivamente, tenemos
que ser responsables con respecto a nuestras escuelas. Cristóbal Cobo
explica y reafirma en sus conferencias: “No valores lo que medimos; mide lo que valoramos”.
Necesitamos encontrar una forma más allá de las pruebas de alta
exigencia que nos revelan muy poco sobre lo que sabe un estudiante. Es
momento de focalizarnos en lo que valemos como individuos, escuelas y
comunidades.
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